A la vida
¡Vida!
Que te escapas
como el agua
del cuenco de mis manos,
te filtras por mis dedos
y corres por mis brazos,
no puedo retenerte
aunque contenga el aliento,
aunque detenga mis pasos.
¡Vida!
Enséñame a vivir,
dime que no debo
añorar el sol
si tengo las estrellas,
que no debo ansiar el día
si también la noche es bella.
¡Vida!
Quiero vivir tu hoy,
gozar y saborear lo bueno,
vivir este instante
con fervor, intensamente,
el pasado ya es historia,
el futuro es lejano
y es ajeno.
Vida,
quiero vivir tu hoy
es lo único que tengo.
Silvia Neme de Mejail
El cielo de Las Estancias le moja las pupilas. Se asienta en los ojos del corazón. Las manos del paisaje acarician sus sueños. Un poema tal vez se está escribiendo en el rumor del viento. “Las luces se han vuelto sombras que abrazan el pensamiento, que llueven como rocío, y el alma llora por dentro…”. La poesía la habita. En sus inquietudes, hay espacio para el estudio de las religiones y para la gastronomía, especialmente la árabe. “Desde niña sentí atracción por la lectura, mis padres me acunaron entre libros. Sentía y siento gran apego y respeto hacia ellos. Cuando aún no sabía leer, pedía que me contaran cuentos. A veces mi madre los inventaba sobre la marcha, porque se le terminaba el repertorio. Mi padre tenía una gran biblioteca de la cual me fui nutriendo. Cuando aprendí a leer, descubrí el encanto que emana cuando uno abre un libro”, cuenta Silvia Neme de Mejail que vio la luz en Tucumán y es una enamorada de ese vergel catamarqueño.
- De manera que naturalmente te amarraste al muelle de la literatura…
- Posteriormente comenzó a gustarme la poesía, aún estando en el primario ya leía a Rubén Darío, Amado Nervo, Gustavo Adolfo Bécquer, Almafuerte, Leopoldo Lugones, Evaristo Carriego, entre tantos otros. En el secundario, Literatura fue mi materia preferida. En quinto año estudiamos Literatura Española. ¡Estaba encantada! Vimos los clásicos: Cervantes, Lope de Vega, Calderón de la Barca, Quevedo, Góngora y algunos modernos. Como en casa no me permitían salir tanto como lo hacen los chicos de ahora, iba temprano a la cama con un libro.
- Tu incursión en la carrera de Letras quedó inconclusa…
- Ingresé a la Facultad de Filosofía y Letras, sin pensarlo dos veces. Pero me casé muy joven y tuve que abandonar la carrera, ya que mi esposo -Carlos Mejail, ingeniero vial-, debía vivir donde fuera que se hiciese el camino. Lo acompañé durante 15 años y después con los hijos haciendo caminos para la patria. Mi hábito por la lectura fue creciendo.
- ¿Nacieron entonces los primeros poemas?
- En esa época comencé a escribir poemas y nació mi interés por las religiones. ¿Por qué? Porque el hombre es un ser eminentemente religioso. Si hacemos un corte transversal en la corteza terrestre, encontraremos distintos altares que el hombre le fue levantando a la divinidad. Me dediqué al estudio de los tres grandes monoteísmos, muy concatenados entre sí. Esos estudios fueron coronados por viajes a Tierra Santa.
- ¿Sentiste la necesidad de dar un testimonio de esa enriquecedora experiencia?
- Al regreso del último viaje, el sacerdote que guiaba la peregrinación me pidió que escribiera un libro sobre Tierra Santa, para que quien no pudiera peregrinar físicamente lo hiciera con el corazón. La peregrinación es uno de los cinco pilares del cristianismo. Acepté encantada sin pensar en el formidable compromiso que acababa de contraer. Me llevó más de 10 años de investigación. Tengo conocimiento del cristianismo, pero incursioné en la Sagrada Torah y en el Sagrado Corán. Consulté con rabinos e imanes y me introduje en la historia de 10.000 años de esos pueblos.
- ¿Qué cosmovisiones de índole religiosa rondan el pensamiento actual?
- Una es la cosmovisión griega o indoeuropea y la otra, la bíblica o judeo-cristiana que poseen conceptos muy distintos sobre el hombre, el mundo y la historia. La primera reconoce en el hombre el cuerpo y el alma, pero existe una superioridad manifiesta del alma sobre el cuerpo. Para lo cual, su realidad más profundamente humana es la de despojarse de esta envoltura carnal y liberar el alma, despreciando total y radicalmente el cuerpo. Como el cuerpo es el puente que une a los demás, son individualistas. La segunda nos presenta un hombre unitario: cuerpo y alma entre las cuales no hay diferencia antagónica; tienen el mismo valor. El alma necesita del cuerpo para expresarse, para manifestarse. Esta unidad de la criatura humana es sagrada. Todo ser humano es individuo, en el sentido de que es una criatura humana indivisible. Para la primera, el mundo no tiene principio ni tiene fin, existe desde toda la eternidad. Para la segunda, el mundo fue creado, tuvo un principio en el tiempo y tendrá un fin. En el medio de estos dos extremos (principio y fin), es un mundo que está haciéndose, que está creándose actualmente. Un mundo que está -como dice un pensador francés- todavía en tiempo de génesis.
- ¿Y en cuanto a la historia, en qué se diferencian estas metafísicas?
- Para la cosmovisión griega, la historia es una enorme serpiente que se muerde la cola, todo lo que ha sucedido, volverá a suceder. Nosotros no podemos introducir ninguna novedad, porque ya todo está predestinado. No se puede cambiar nuestro destino. Ellos creen que el destino se cumple irremediablemente. El hombre, en última instancia, no tiene libertad, es un esclavo del destino. Para la mentalidad semita, es una línea recta que tiene un comienzo y que tiene un fin. Quien tenga una clara convicción de que la historia es un proceso creativo, tiene una conciencia plena del valor de la libertad del hombre. El hombre va elaborando su propio destino, su libertad, bien o mal ejercida y va dándoles distintos toque a su historia y también a la historia del mundo. Es un tema que da para mucho.
- Has publicado tus artículos en diversas revistas, incluso en LA GACETA…
- Si, participé en antologías poéticas, escribí en periódicos, en revistas culturales... Tengo un artículo pendiente solicitado por Alba Omil para su colección de “Hace tiempo en el Noroeste”, en el que evoco a mi padre como alumno salesiano del padre Lorenzo Massa, y recuerdo cuando le pidieron a don Manuel García Fernández $20.000 de colaboración para construir el nuevo colegio. Él les contestó: “no sólo $20.000, sino 50 veces 20.000 si al colegio le ponen el nombre de mi hijo”. Mis trabajos se plasmaron con un libro de poemas líricos, “Paisajes del alma”. Su estilo es lo que se llama genotexto, porque cada poesía tiene una explicación de su por qué. Esta publicación fue presentada por el Archivo Histórico de Tucumán.